MONOGRAFIA- RESUMEN DEL CAPÍTULO I, II Y III
Enviado por Helena • 20 de Febrero de 2018 • 3.467 Palabras (14 Páginas) • 504 Visitas
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orden nos proporciona tranquilidad, confianza y seguridad, nos evita disgustos y contratiempos. Es un proceso que aprende con gran facilidad a esa edad, siempre que se le enseñe en forma metódica y ordenada, y tengan un modelo a seguir. Para que los hijos puedan desarrollar el hábito del orden, además de enseñárselo, debemos proporcionarles la posibilidad de ser ordenados (2 a 4 años). En este sentido conviene que tengan una cajonera, y repisas a su alcance donde puedan guardar sus cosas. De este modo se les acostumbra a que cada cosa tiene un sitio y siempre el mismo, con lo cual, vivir el orden les resultará relativamente fácil.
Para los niños, orden o desorden son hábitos buenos o malos, que, mantenidos según van creciendo, se convertirán en virtudes o vicios arraigados. En ambos casos, lo vivirán con cierta facilidad, pero no porque «nacieron así», sino porque en el momento oportuno no tuvieron la ayuda necesaria que hiciera aflorar en su interior una disposición natural al orden que ellos tenían al nacer.
Un niño de corta edad es capaz de disfrutar siendo ordenado.
Parece increíble, pero es cierto. Necesita orden y estabilidad en el ambiente que le rodea.
Fortaleza y laboriosidad.- El trabajo es una gran herramienta para formar la personalidad. El hombre fue hecho para trabajar, como las aves para volar. Desde pequeños se debe inculcar el amor al trabajo bien hecho, pues es una vocación divina y no un castigo. Ahora bien, para desarrollar la virtud de la laboriosidad se requiere fortaleza. Exigir a los hijos requiere un ejercicio adecuado de la autoridad, y hacerlo amablemente es una muestra de cariño.
La exigencia debe ir encaminada a que superen sus defectos y afiancen sus cualidades positivas, teniendo siempre en cuenta que permitirles que asuman dificultades y evitarles una vida excesivamente cómoda es darles una base sólida para afrontar los problemas que en el futuro deberán enfrentar por sí mismos.
Período sensitivo.- Durante el período sensitivo (de los 7 a los 12 años) es más fácil adquirir estos hábitos con naturalidad y menor esfuerzo. Pequeños esfuerzos diarios los acostumbrarán a enfrentar y superar dificultades.
Es muy importante darles razones de por qué deben actuar así, pues lo que se busca es que ellos quieran hacerlo por sí mismos, y no solo porque el papá o la mamá lo dicen. También ayuda el reconocerles y valorar los esfuerzos realizados y, sobre todo, la motivación interna: la satisfacción de la labor bien hecha o del deber cumplido.
Virtudes relacionadas.- A la fortaleza se asocian otras virtudes:
1. La valentía. Consiste en tener decisión y empuje, de modo que los miedos infundados no quiten fuerza a la voluntad o impidan la acción debida.
2. La audacia. No tener miedo a los riesgos ni al fracaso, que para una persona fuerte no son más que experiencias de las que se puede aprender.
3. La serenidad y la paciencia. Para soportar la adversidad y las dificultades o contratiempos imprevistos.
El hábito de estudio.- Antes de la pubertad, los niños suelen querer hacerlo todo y prestar mil servicios.
Es una buena oportunidad para arraigar el hábito del trabajo serio y ordenado. Hay que ser muy prudente en el nivel de exigencia que se les da, porque es tan poco motivante encargarles tareas demasiado fáciles, como muy difíciles.
En términos generales, los niños necesitan un horario claro de trabajo con instrucciones precisas de lo que tienen que hacer (cuántos ejercicios de matemáticas, cuántas páginas del libro, etc.).
Requieren, además, saber organizar su tiempo: cuánto se dedica al estudio, cuánto al descanso, a los hobbies, a la familia, etc. De hecho, el descanso y los pasatiempos forman parte de la virtud de la laboriosidad, pues permiten distraer la mente y descansar el cuerpo para seguir trabajando.
La adolescencia.- Si el trabajo que se ha realizado durante la niñez ha sido efectivo, el camino estará bastante allanado, pero el trabajo formativo no termina. Hay que seguir exigiendo, pero con un razonamiento distinto: ya no se trata solo de hábito de estudio, sino de la virtud de la laboriosidad. Los jóvenes son capaces de grandes esfuerzos intelectuales, pero no los hacen porque prefieren los resultados inmediatos de la memorización, en vez de los resultados a futuro de un trabajo planificado y sistemático de comprensión.
Paciencia y exigencia.- Como las cualidades se desarrollan de a poco, es importante inculcarles la paciencia consigo mismo y con lo que pasa a su alrededor. Por eso hay que exigir de verdad, pero solo para lo fundamental.
La solidaridad.- Para educar en solidaridad lo mejor es empezar por la familia ya que es el entorno más cercano al niño. No se puede ser solidario con las necesidades de los otros ciudadanos a quienes muchas veces no conocemos, si no se ha sido generoso con los miembros de nuestra propia familia.
El compañerismo.- Esta situación es una oportunidad fantástica para aprender a convivir en un campo más amplio de relación social. Como los niños sienten la necesidad natural de agruparse, los juegos colectivos son preferidos a los individuales, y los grupos de amigos de juego son más estables que cualquier otro vínculo social.
Las reglas.- A partir de los ocho años se comprenden mejor el sentido de las reglas y la necesidad de sacrificar los gustos personales en interés del grupo. Esto ayudará no solo a comprender mejor el concepto de bien para todos, sino también a afianzar otras virtudes, como la justicia y la generosidad, ya vistas.
Labor de los padres.- Los padres pueden ayudar mucho dando facilidades a sus hijos para que inviten a sus amigos. Además, contribuyen dejando que los hijos vayan a las casas de sus compañeros de curso.
La amistad.- A partir de los 12 años comienzan los vínculos de amistad desinteresada. Es el momento de enseñarles a ser leales con los amigos, portándose bien con ellos y ayudándoles en lo que sea necesario; es muy útil que los padres conozcan a los amigos de sus hijos y a sus padres, y si ven que esa amistad no es conveniente, saber decirlo con delicadeza, pero con claridad.
RESUMEN DEL CAPÍTULO VI, VII Y VIII
Templanza y sobriedad.- La presión social hace que muchas veces las familias sucumban a los caprichos de tener o hacer lo que los demás tienen o hacen. Sin embargo, no se trata de esto, sino de enseñar a los hijos a reconocer lo que es necesario de lo superfluo para que sepan pedir lo que realmente
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