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CAPITULO 6 Ética de las profesiones y de la función pública

Enviado por   •  23 de Febrero de 2018  •  17.586 Palabras (71 Páginas)  •  362 Visitas

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Las prácticas tienen su historia y los propios modelos no son inmunes a la crítica, pero no podemos iniciarnos en una práctica sin aceptar la autoridad de los mejores modelos realiza- do hasta ese momento.

La formulación de las reglas se produce en rigor siempre después que se ha perfeccionado una práctica, a partir de la observación y la descripción de la forma de los modelos ya realizados.

Estas reglas pueden funcionar también como patrones de excelencia o medidas de calidad construidas a partir de las pautas del ejercicio profesional o de “los ideales de perfección comunes a cierta colectividad”, o corporación, e “interiorizados por los maestros y los virtuosos de la práctica considerada.

El virtuoso en una práctica, como en el caso del piano, del violín o de la política, es el que ejerce su arte con soberana habilidad y maestría. Es claro que la maestría es mucho más que un mero conjunto de destrezas técnicas. Un maestro del ajedrez, por ejemplo, se destaca por un tipo muy especial de memoria y de agudeza analítica, de imaginación y creatividad estratégica, un gran equilibrio de agresividad y prudencia, etc. Todo esto es mucho más que técnica, pero no es, en rigor, ética.

MacIntyre habla de los bienes internos a una práctica, a los que se orienta su finalidad social objetiva y la racionalidad de las reglas que la constituyen, y los bienes externos, como los intereses personales, o motivaciones subjetivas que incentivan a los sujetos que las ejercen, y que pueden ser muy diversas. Los primeros son los que justifican y legitiman el sentido y la validez social de una práctica.

El profesionalismo bien entendido, es el resultado de haber asumido como un interés propio los bienes internos de una práctica. El secreto de la excelencia de los modelos y de la obra admirable de los grandes hombres de la historia, en cualquier campo, del arte, de la ciencia, de la educación, o de la política, es que su interés personal, elevado a la fuerza de la pasión dominante de su vida, se ha identificado con un valor objetivo de interés general.

Incluso en los héroes, junto al entusiasmo por el valor de la obra a la que consagraron su vida, es posible encontrar siempre en sus acciones también los intereses particulares o personales (a veces miserables o “demasiado humanos”) del sujeto de la acción. Es natural que el interés de toda persona, al ejercer una profesión, sea el ganar dinero y obtener una buena posición social, ganar reconocimiento y prestigio, etc., que son, a su vez, formas de adquirir poder en la sociedad. Estos son intereses legítimos y no reprochables de las personas, que MacIntyre define como bienes externos a una práctica, tal como ha sido definida.

No confundir las prácticas, que son formas de actividad de las personas, con las instituciones a las que estas personas y sus prácticas están o no vinculadas. La medicina es una práctica, como lo es el ajedrez, el futbol, o la física. Los hospitales donde los médicos ejercen su práctica profesional, como los clubes o los institutos de física en las Universidades y sus laboratorios, son instituciones. La práctica judicial y el dictado de la sentencia es responsabilidad personal de los jueces, no de la institución, aunque en este caso no se concibe fuera del marco institucional. Las instituciones proveen de medios a las prácticas para las realizaciones de sus bienes internos, pero están más directamente relacionadas con los bienes externos a la práctica misma, con la administración de los recursos que genera la práctica u otras fuentes de financiamiento para la inversión en instrumentos y equipamiento, etc. “Las instituciones se estructuran en términos de jerarquía y relaciones de poder, y redistribuyen como recompensa: dinero, jerarquía y poder. No podrían actuar de otro modo, puesto que deben sostenerse a sí mismas, y sostener también las prácticas a las que sirven de soporte. Ninguna práctica puede sobrevivir largo tiempo si no se sostiene en instituciones”

Los llamados bienes internos de las prácticas profesionales son sociales, o comunes, y la mayor calidad y cantidad de estos bienes lograda por medio de la práctica de cada uno de los profesionales benefician en principio a todos, tanto a los destinatarios del servicio como al propio cuerpo profesional.

Los bienes llamados externos del ejercicio de la profesión (dinero, fama, poder) son, en cambio, de apropiación individual, y la apetencia de los mismos genera una relación competitiva entre los miembros de la profesión.

La propuesta de revalorizar los bienes propios, inmanentes a las diferentes prácticas, como las profesiones, considerándolos fines y no meros medios para otros objetivos externos a ellos mismos, como la fama, el poder, el dinero, etc., es sin duda una buena propuesta, edificante y muy recomendable.

Las reglas constitutivas de las prácticas profesionales tal como las ha definido MacIntyre, en cuanto trasmitidas por una tradición, asumidas por un colectivo, o colegio profesional institucionalizado, son un tipo de reglas sociales, legitimadas por las expectativas de comportamiento que la sociedad en su conjunto, y especialmente los destinatarios o consumidores del servicio tienen puesta sobre la conducta de estos profesionales. Un problema moral se plantea es cuando el profesional comienza a hacer jugar en la práctica los bienes externos como el fin principal de su actividad y degrada el bien interno a la categoría de un mero medio subordinado a sus intereses de beneficio individual. Esta inversión de los fines se manifiesta cuando se hacen mal las cosas, no por error o impericia profesional, sino para ahorrar costo (o tiempo) a fin de incrementar la ganancia. Este tipo de estrategia es moralmente reprochable en todas las profesiones, inclusive en la del empresario cuyo “fin interno” es la producción de bienes económicos, y no el mero beneficio de la empresa como han sostenidos ciertas versiones de la teoría de la economía política del liberalismo. Esta inversión de los fines de una práctica es el principio de lo que se debe denominar corrupción sustancial, en sentido moral.

Dice A Cortina “la raíz última de la corrupción reside en estos casos en la pérdida de la vocación y en la renuncia a la excelencia”

Analiza Max Scheler las diferentes fuentes del resentimiento como expresión de la decadencia moral, como la moderna burguesía en su afán de ascenso social, que es la del individuo carente de la natural o espontánea autoestima del hombre noble y seguro de sí mismo, este individuo vulgar que solamente puede valorarse en la relación comparativa con el valor ajeno. De esta actitud de

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