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EL PLATO DE HABAS

Enviado por   •  20 de Agosto de 2018  •  1.126 Palabras (5 Páginas)  •  234 Visitas

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- Lo siento, aquí no hay dinero

- No necesito dinero, solo ayuda, por favor ábrame

Con el ceño fruncido y mirada dubitativa, dejó puesta la cadena de la puerta y se asomó.

- ¿Qué tipo de ayuda quieres de mí?

- Huele a habas en su casa, tengo hambre por favor.

- Aquí solo hay comida para mí, no tengo para nadie más.

Y sin más, azotó la puerta con molestia.

- Quien se cree la liviana esta. ¡Vaya! Que se acueste con cualquiera para comprar habas. A esta casa con principios no entra.

Se trataba de Cleotilde, la prostituta del pueblo. No era querida por nadie, en sus años de juventud cualquiera le daba asilo para satisfacer necesidades, pero ahora, vieja y arrugada, a nadie le apetecía.

Al cerrar la puerta, Micaelo escuchó exclamaciones fuera de su casa.

-¡Váyase al demonio viejo tacaño! Solo le pedía generosidad, no sé por qué se me ocurrió tocar a su podrida puerta que está igual que su corazón. Le dejo aquí mis maldiciones, estoy segura de que el infierno está ya muy cerca de usted.

La voz cesó. Como si no hubiera pasado nada, Micaelo siguió comiendo su plato de habas. Terminó cuando quedó satisfecho y guardó un poco de lo que sobró en su viejo refrigerador para el siguiente día, o tal vez para la cena.

Todas las mañanas, las tardes y las noches eran iguales en casa de Micaelo. Sin embargo, esta noche no fue igual. Se encontraba sentado en el sofá en el que había visto a su madre tejer todas las tardes. Aunque él no se encontraba tejiendo, leía por novena vez “El Quijote”. De pronto, un dolor como patada empezó a incomodarlo en el estómago, dejó caer el libro y se dirigió rápidamente al cuarto de baño. Dentro de éste y sentado en el escusado, comenzó a gritar, el dolor en los intestinos era insoportable. No lo decía porque de su boca solo salían lamentos, pero en su pensamiento un sinfín de malas palabras eran dirigidas para Elia, le había dado habas descompuestas que hacían que no cesara la diarrea y que lo invadían de un dolor ácido. Ácido como el limón en una herida.

Al menos, el dolor paró después de unos diez minutos, cuando cayó en el piso del baño con los pantaloncillos abajo, y su piel amarillenta y sucia quedó inmóvil en el azulejo frío de color verde de aquel cuarto. Micaelo había muerto.

En el pueblo de aquella ciudad de aquel país se rumoró que la muerte de Micaelo fue ocasionada por Cleotilde, que además de ser prostituta, practicaba magia negra. Las conjeturas fueron dos: La primera, Elia y su esposo comieron las mismas habas y seguían bastante sanos, además La Tradicional no vendía alimentos descompuestos; la segunda, Cleotilde jamás volvió a ser vista.

Al atardecer del siguiente día, se celebró el velorio de Micaelo, al que acudieron tres personas: Elia, su esposo y un sacerdote. Elia lloraba ante un ataúd de cuerpo presente y observaba a su hermano ataviado con el traje marrón de gala, la camisa blanca, la corbata marrón de moño y el par de zapatos más elegantes y lustrados que nunca.

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