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El Inmortal. Del Septiembre 29

Enviado por   •  3 de Junio de 2018  •  1.415 Palabras (6 Páginas)  •  291 Visitas

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cuya carrocería vestía herrumbre, parecida a la superficie de las viejas láminas de zinc que se erguían cúbicas desde las colinas sobrepoblando a estas, pasó raspando la calzada con unas cuantas latas que pendían de la parte trasera atadas limpiamente por delgados listones. No volvió la vista en ningún momento al vehículo, con atención recortaba el paisaje obscuro y sinuoso como una tijera pasando por los límites de su campo visual. Sin embargo, su sentido auditivo si avizoraba ansiosamente el estridente rebote de las latas en el pavimento cuando el Escarabajo ya había pasado el puente y seguía desvaneciéndose en la lejanía. En aquel instante su repentina mirada se alzó paralela al pretil, y yo también le volví una mirada penetrante; estaba yo largo rato mirando el abismo de la barranca. Me seguía observando furtivo y ansioso, sin que pudiera dejar de voltear a verle atemorizado. Tras varios minutos ya no le veía, seguía viendo aquel grosero rancho bajo el puente, así que decidí abandonar unas cuantas perversas ideas en varios suspiros y regresé nuevamente por el sendero de matorrales fríos escuchando la orquesta de los tediosos grillos. Allí me perdí... Al parecer lo anterior fue un sueño.

Me desperté en mi cama, aquella cama de todos los días que me puyaba la nalga y la espalda, bajo el techo de todos los días tristes y de los días no tan tristes, en fin, en ese rancho de tensión melancólica que con una tormenta quedaría deshecho sobre la corriente del río. Solo el sonido de los grillos como orquesta, más el sonoro paso del agua sobre su pedregoso cauce, socavaban la ley del silencio. En seguida me levanté y desvaído levanté la vista a lo alto, por varios minutos que transcurrieron como noches enteras me fijé en el puente que cruzaba la barranca. Repentinamente subía entre el frío casi al desnudo por los matorrales de la pendiente; mi miseria me hurtaba al reflexionar cálidas lágrimas que caían en la comisuras de mis labios.

Llegado al puente caminaba por el pretil y ya detenido ante la inmensidad admiraba el paisaje hasta que le vi nuevamente y me inquietó, me veía temeroso. Luego volví a bajar a mi desolado hogar olvidándome de la mirada del sujeto, pero volvió aquella noción de que era todo un sueño y me desperté en la oscuridad de mi sórdido lecho; entonces impaciente corrí nuevamente como un maldito loco y me lancé liberado desde el puente cayendo como una hoja de sauce mientras el viento me golpeaba con violencia y me ofrecía una noción de indefinida caída. Antes de hallar el fin del vacío me encontré angustiado de incertidumbres enladrillado entre la oscuridad y el mutismo, pero el sujeto del pretil estaba presente; el que al parecer estaba ausente era yo, encontraba mi ausencia aunque me sintiera acostado con la misma sensación punzante en la que el sujeto me igualaba. Desde esa noche me acompañó, cuando morí en aquellas envejecidas horas del día naciendo en otra muerte, al tiempo que crecía como las raíces, mientras volví a vivir vagabundo; siempre ha estado allí presente conmigo mientras me siento tan intrínsecamente ausente. Y aquí está en este momento, después de tantas muertes conmigo.

Cuando se es inmortal, se es eterno, y se lo es infinitamente; pero también se es mortal eternamente. Y seguí muriendo tantas veces, y seguí haciendo en tantos infiernos, que encontré la respuesta a las incertidumbres que como el tallo de una rosa me acariciaban el pensamiento.

Entonces le pregunté en una sinuosa noche cuando otra vez como orquesta chirriaban los grillos siempre invictos:

- ¡Carajo! ¿Qué diferencia hay entre la vida y la muerte?

Le contesté sereno y eufórico a su pregunta desvaída.

- Ninguna. Nada sabemos de la vida antes de nacer; nada sabemos de la muerte antes de morir.

Y volvió a interrogarme desvaído después de horas de pensamiento y frío:

- Y... ¿Es lo mismo ser inmortal que mortal?

- Jamás será lo mismo, pero al fin y cabo, siempre será igual.

Después de escuchar sus monumentales palabras al golpe de una tensión esotérica me desperté allí donde convergen la miseria y la desgracia sin piedad ni escrúpulos. Entonces

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