Teoría de la Comunicación II Tema 1) Platón – Gorgias
Enviado por Antonio • 22 de Octubre de 2018 • 7.708 Palabras (31 Páginas) • 382 Visitas
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Parresía
La parresía política se comienza a ser analizada en sociedades democráticas, donde la verdad para la polis surge de la práctica política en conjunto del ejercicio del ethos (la construcción del sujeto moral). Para ser parrisiasta se debía ser un buen ciudadano, y ejercerla era como un privilegio personal para la plebe, realizando una manifestación de libertad y basada bajo un coraje, crítica, verdad, juicio sobre la misma, que padezca de franqueza, corra peligro y obviamente que tenga razón sobre lo que digo.
La problematización de la parresía surge en el siglo V con una crisis social en Grecia conforme a un cuestionamiento de cómo debe funcionar el sistema democrático-social que hasta entonces era regido bajo la polis; por lo tanto la parresía se difumina con la crisis abriendo paso a una diferenciación social sobre los criterios sociales, una incompatibilidad estructural entre la democracia y la parresía, considerándose a éste como un ser ambicioso. La contrariedad con la parresía política explota en una transformación social que afecta las estructuras democráticas. Entre el siglo V se llega a una monarquía en donde la parresía, se establece entre el Rey (que ilustra un criterio de diferenciación ética, lo cual se vincula a la constitución del ethos) y el consejero.
Anteriormente el cuestionamiento del funcionamiento del sistema democrático pasar a ser de la monarquía, orientada al cuestionamiento del individuo. La transformación que afecta a Grecia se asocia a uno mismo y en la forma que ese individuo actúa frente a los otros; instaurándose la parresía ética y filosófica. Estos ejercicios parrisiásticos, piensan la relación de cómo los sujetos se relacionan con la verdad y con el ejercicio de decir veraz. Surge un problema en el ethos, con respecto a las formas de hacer y son parresías tomadas como asuntos paralelos.
Sócrates es un símbolo, un ícono para representar la parresía ética y poder comprender las dinámicas sociales; es un modelo del coraje y la verdad. El ejercicio de la parresía implica que los sujetos se cuiden a sí mismos para generar una transformación del ethos, de la construcción de un decir y hacer. Esto es muy tomado en cuenta como beneficio para la sociedad ya que es resultado de un trabajo individual. El cuidado de sí afronta ciertos problemas para el alma y el bios. En el alma la problemática se centra en la contemplación de uno mismo, como mecanismo para alcanzar un estado puro y verdadero. En cambio para el bios el conflicto se radica en rendir cuentas de uno mismo, colocando como prueba las prácticas en los modos de vivir diarios a partir de la ética personal. Por lo tanto, existe aquí una correlación en dicho problema, donde expreso lo que hago de mi vida y lo que digo de mi vida o soy (que se concede como el ethos personal). Para los socráticos es importante esta correlación entre el bios y el ethos. Rendir cuentas de uno mismo es como un examen de la vida propia para sustentar la correlación del bios y el ethos. Foucault lo que crea en su obra es un estudio sobre la genealogía de hacer crítica en la sociedad, desde el lugar que se construye y se entiende como verdadero convencionalmente.
El hablar franco o ejercicio del decir veraz, se asocia a la práctica ética de la vida propia y vida ajena, en donde el parrisiasta indaga y cuestiona su vida y al del otro, sometiendo al interlocutor a una prueba para saber si resiste, cuestionándolo y aplicando una transformación en las formas de actuar en ambas partes. Foucault pone como ejemplo el de la piedra de toque para vislumbrar esta idea de que sólo se aprueba la rendición de cuentas de uno mismo cuando se somete a prueba a la otra persona.
La parresía cínica se sitúa en el cambio de una mirada social, configurada inicialmente en la parresía del sistema a la parresía individual. El cínico propone lo natural del hombre frente a lo convencional de la sociedad, buscando una reacción entre el ethos y la forma de ser y de la vida misma. Los cínicos son considerados como los “exploradores de la verdad”, transformando el ethos del otro, mostrando lo hipócrita que es la vida verdadera, aquello imperturbable a los cambios. El cínico muestra su propia vida, ante el interlocutor como prueba de verdad en el acto de vivir considerando el bios de todo cínico parrisiasta. La vida del cínico es una constante crítica a la sociedad.
Foucault pone como ejemplo de cínico a Diógenes, quien se masturbaba en público con una finalidad confrontativa a las convenciones sociales del resto, llevando la vida verdadera al drama y al escándolo, demostrándose ser un rey absoluto, soberano sobre sí mismo, atacando el orgullo del interlocutor, quien interioriza finalmente el ejercicio del parrisiasta cínico y logra el cuidado de sí mismo. El autor pone al ejemplo una situación entre Diógenes y Alejandro:
Al oír hablar sobre Diógenes, Alejandro Magno quiso conocerlo. Así que un día en que el filósofo estaba acostado tomando el sol, Alejandro se paró ante él.
Diógenes se percató también de la presencia de aquel joven espléndido. Levantó la mano como comprobando que, efectivamente, el sol ya no se proyectaba sobre su cuerpo. Apartó la mano que se encontraba entre su rostro y el del extraño y se quedó mirándolo.
El joven se dio cuenta de que era su turno de hablar y pronunció:
- "Mi nombre es Alejandro El Grande”. Pronunció esto último poniendo cierto énfasis enaltecedor que parecía más bien aprendido.
- "Yo soy Diógenes el perro”
Hay quienes dicen que retó a Alejandro Magno con esta frase, pero es cierto también que en Corinto era conocido como Diógenes el perro. Alejandro Magno era conocido en la polis así como en toda la Magna Grecia.
A Diógenes no parecía importarle quien era, o quizá no lo sabía.
El emperador recuperó el turno:
- "He oído de ti Diógenes, de quienes te llaman perro y de quienes te llaman sabio. Me place que sepas que me encuentro entre los últimos y, aunque no comprenda del todo tu actitud hacia la vida, tu rechazo del hombre virtuoso, del hombre político, tengo que confesar que tu discurso me fascina".
Diógenes parecía no poner atención en lo que su interlocutor le comunicaba. Más bien comenzaba a mostrarse inquieto. Sus manos buscaban el sol que se colaba por el contorno de la figura de Alejandro Magno y cuando su mano entraba en contacto con el cálido fluir, se quedaba mirándola encantado.
- “Quería demostrarte mi admiración", dijo el
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