Cuento Cortes del inframundo

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Me penetran el alma

Me desangre la vida

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— Madre… —sollozo mientras mis mejillas se empapan de lágrimas—, mami, no dejes que papá me lleve a casa…

Dejo caer mis manos sobre aquella lúgubre lápida de amatista. Las heridas en mis brazos comienzan a irritarse a causa del frío, cortes profundos que duelen, que matan, que penetran el alma.

— No quiero regresar —mantengo mis ojos firmes, bien abiertos, directo a la nada—, quiero morir… morir antes de que ÉL envenene mi vida. Es lo que quiero realmente, que Hades me destruya, que Tánatos me arrastre por las puertas de la muerte y que las Moiras rebanen mi hilo de vida; cualquier cosa antes que morir a causa suya.

Arrastro mis puños sobre la piedra roñosa, esperando que brote el icor sucio al que los mortales llamamos “sangre”. Pero no la veo, aún es muy de madrugada para poder ver y oír el desgarrarse de un joven que busca la aprobación de un ser que no revivirá.

— Me ha hecho daño —prosigo con la boca rígida—. Nadie quiere ayudarme, siquiera creerme. Ahora viene por mí… ahora viene por mí…

Mi padre la tomó, drenó su vida como si de vino en una copa se tratara. La derramó, la recogió del piso sucio y la engulló sin lamentarlo. Limpió con sus propias manos la horrorosa escena, le advirtió a su estúpido hijo que no dijera nada, pero abrió la boca. Abrí mi maldita boca. Era mi turno.

— Madre… —escucho los pasos acercándose, ESOS pasos que tanto me aterraban— ¡MADRE, AYÚDAME, AYÚDAME PORQUE TE NECESITO! ¡NO QUIERO QUE ME CORTE! ¡MAMI, NO QUIERO!

La respiración se agita, oigo los pasos más cerca, mis ojos se enervan... (por decir) Grandes manos callan mis estruendosos gritos, me arrastran contra la tierra y no me dejan salir vivo.

De pronto lo único que logro ver es… Me desvanezco