Tema de el herrero de la luna llena
Enviado por mondoro • 28 de Septiembre de 2017 • 27.462 Palabras (110 Páginas) • 633 Visitas
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Los hombres avanzaron hasta el centro del gran salón antes de detenerse y saludar con una inclinación de cabeza. Vestían zamarras de piel de cordero sin mangas, con el pelo al exterior. No llevaban túnica, sino calzones de cuero y abarcas en los pies. Olían a humo, a sudor y a cuero mal curtido, y formaban un grupo recio y maloliente en el centro del salón.
El conde Guillén dudó si ofrecerles vino. Luego decidió seguir en su papel de gran señor.
—Bienvenidos a Lavalle —saludó.
Uno de los visitantes se adelantó al grupo. Era un hombre mayor, de escasa estatura. Se quitó el gorro de lana que llevaba en la cabeza antes de hablar descubriendo unos cabellos entrecanos y un parche de cuero que le tapaba un ojo y se sujetaba con unas estrechas correas a la cabeza.
—Nos habéis mandado llamar, buen conde.
—Así es, maese Lucas —asintió el conde Guillén—. Los señores francos se agitan en el norte y, en cuanto llegue la primavera, el rey moro de Zaragoza amenazará el sur. Nuestro rey tendrá que guerrear contra el moro y necesitará todos sus hombres. Por otra parte, este condado es la fortaleza que guarda el reino por el norte. Necesito de vuestras artes. Para la próxima luna llena, mis hombres precisan una nueva partida de espadas, recias y bien forjadas.
Una chispa de inteligencia prendió un momento en el único ojo del hombre llamado maese Lucas. Un leve murmullo corrió entre los hombres, que se miraron unos a otros.
Maese Lucas avanzó un paso más e hizo una inclinación.
—No nos dais mucho tiempo, señor, pero ése es nuestro oficio. Hincharemos los fuelles y pondremos nuestras fraguas a trabajar, y dentro de una luna tendréis espadas nuevas, recién forjadas, para armar a vuestros hombres.
Guillén de Lavalle tragó saliva. Hasta aquel momento todo había ido bien, con la cortesía que reclamaba la costumbre. Ahora llegaba lo difícil. Guillén necesitaba con urgencia las espadas para defender sus tierras del señor franco de más allá de las montañas, que le invadiría en cuanto los ríos se deshelasen; pero no tenía ni un sueldo para pagar el trabajo. Tal vez más adelante, cuando hubiese derrotado a los francos, si conseguía un buen botín o si sus labradores y sus siervos, aprovechando la paz, tenían una buena cosecha, podría pagar con creces el trabajo, pero hasta entonces no tendría dinero y los herreros no trabajarían bajo su palabra; él no había faltado nunca a sus promesas, pero todos los artesanos sabían que la palabra de pago de un señor se podía aplazar indefinidamente.
—¿Cuál será el precio de vuestro trabajo? —preguntó, con una seguridad que estaba muy lejos de sentir.
Los hombres se miraron entre sí sin hablar e hicieron un gesto a maese Lucas. Parecían haberse puesto de acuerdo antes de la entrevista.
—Se dice en el señorío que no hay mucho dinero en el castillo, buen conde. Es costoso mantener un grupo de hombres de armas que se alimenta bien, tanto ellos como sus caballos, y no produce nada. También dicen que nuestro señor natural, don Alfonso de Aragón, os ha doblado el tributo para su campaña contra el reino de Zaragoza. ¿Cómo vamos a osar pedir dinero por vuestro encargo?
—¿Trabajaréis de balde?
—No hemos dicho tanto, buen conde. Sólo que no os pediremos dinero.
Guillén comenzaba a alarmarse. No le gustaban los misterios ni las palabras de doble sentido. Era un hombre de pensamientos sencillos. Necesitaba espadas y no tenía dinero; pero si los herreros no forjaban las armas y aplazaban el pago, no podría defender el condado cuando atacasen los francos. Él y sus hombres serían derrotados, y los atacantes saquearían las herrerías y los demás talleres artesanos. Todos saldrían perjudicados.
—¿Que queréis entonces?
La voz de maese Lucas adquirió entonces un tono persuasivo.
—Algo muy sencillo, mi señor. Hace dos días, en la luna llena, vuestra esposa os ha dado un hijo varón que hace el tercero de los vuestros. Todo el condado se ha alegrado con vos y ha celebrado vuestra felicidad. Ese niño ha nacido en el día preciso y en el momento preciso para ser un buen herrero. Queremos que nos dejéis a vuestro hijo para enseñarle nuestro oficio. Seguirá siendo vuestro hijo. Únicamente queremos que sea herrero. Ése es nuestro precio.
[pic 6]
Guillén estuvo a punto de saltar de la silla por la indignación.
—¿Estáis locos? ¿Herrero, el hijo del conde?
Maese Lucas no perdió la calma ni alteró el tono de su voz.
—No es el hijo mayor. No es el heredero, sino el tercer hijo. Y nuestro oficio es importante, no lo puede llevar a cabo cualquier hombre. Hay que saber los momentos propicios para fundir los metales y conocer el secreto del fuego. Un herrero debe ser fuerte, honrado y virtuoso, porque en el fuego se esconden el poder y la vanidad. El fuego es don de Dios, pero es también el reino del diablo. No todos los hombres sirven para herreros. Unos son más hábiles que otros. Nuestro gremio tiene que cuidar de que su arte perdure y se engrandezca. Y no todos los herreros tienen la fortuna de nacer en un día preciso, en el tiempo preciso, en el momento preciso, como ha ocurrido con vuestro hijo. Si le educamos en nuestros conocimientos, será un buen herrero y podrá trabajar los metales más nobles como el oro y la plata. Hará famoso vuestro condado y alcanzará la mayor sabiduría porque está señalado para ello desde su nacimiento. Y como expresión de nuestra gratitud, además de las espadas nuevas que nos pedís, no para la próxima luna, claro, sino con más tiempo, forjaremos una espada especial para vos. Una espada fundida con el metal de las piedras que caen de las estrellas, según los más antiguos conocimientos. Una espada que no se romperá nunca, que os acompañará en las batallas y que os proporcionará la victoria si la empleáis a favor de la justicia y el derecho.
Guillén de Lavalle contempló fijamente y en silencio al grupo de herreros. El señor franco del norte era joven y valiente y tenía muchos hombres bien armados. Necesitaba las espadas o no sería conde cuando llegase el verano... si es que vivía para entonces. Y ¿qué sería entonces
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