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Uvas de mi pajuelo

Enviado por   •  21 de Noviembre de 2018  •  17.398 Palabras (70 Páginas)  •  251 Visitas

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A la mañana siguiente, madre e hija sirvieron el suculento desayuno. Para robarse la confianza de ambas Jorge Buendía les ayudó a pastear el ganado. Durante su permanencia fue para ellas el hijo y el hermano mayor que nunca habían tenido. Entre chistes y bromas, y como quien no quiere la cosa, le enseñaron, no 15, sino 200 palabras de la lengua culle.

En Etnolingüística Jorge Buendía obtuvo nota «sobresaliente». Las otras 185 palabras las dividió en grupos de 15, que vendió a sus compañeros de clase, los mismos que aprobaron el curso con la máxima calificación.

Son conocidas las rivalidades enconadas y mezquinas entre los negros del puerto de Salaverry y los negros del puerto de Chimbote. Jonás Ruiz, alias Editor ganzúa, oriundo de Chimbote, en su adolescencia había sido pirañita. Había establecido en el barrio Chicago la Empresa Cena Editores. Y aspiraba a convertirse de la noche a la mañana en el Juan Mejía Baca de Trujillo.

Eso de Cena Editores parecía un chiste de humor negro. Sólo estaba pintada en la pared. No tenía oficina propia. La computadora Pentium IV la había adquirido a plazos. Debía el alquiler del local. El celular funcionaba sólo cuando le convenía. Desde el ojo mágico de la puerta de entrada espiaba a los clientes. Y el papel se lo había fiado una librería trujillana con la garantía de un editor de Santiago de Chuco. Cuando las cosas se ponían color de hormiga simplemente Jonás Ruiz cargaba con todas sus chivas, y se perdía en el arenal de Chimbote.

Jonás Ruiz no operaba solo. Su brazo derecho y hombre de confianza era Ángel Negrón, negro currundengo del puerto Malabrigo. Había estudiado Ingeniería de Sistemas y digitaba los textos a la diabla, con faltas de ortografía. No respetaba ni las sangrías, ni las tildes.

Ángel Negrón refocilaba el estómago en la sebichería «El Caxamarqués». Una rica hembra de Cajamarca la bella les pelaba los dientes a los comensales. De sebiche sólo tenía el nombre. Más que pescado había cancha y cebolla arequipeña. El agua mal hervida de la chicha correlona los hacía correr al baño con la velocidad del pedo y reventando cohetes. Allí fue a recalar el negro Karl Porras, que tenía el olfato finísimo del sabueso hambriento. Buscaba un editor para su Vocabulario de la lengua culle.

⎯Has caído en el lugar indicado y en la hora indicada.

⎯¿Sí?

⎯Claro. Jonás Ruiz es tu hombre.

Cuando acabaron el sebiche de dos soles cincuenta, se pararon, salieron del cuchitril y atravesaron en diagonal la inmensa Plaza de Armas de Trujillo. Y desempedrando calles llegaron al cuarto donde Jonás Ruiz había sentado sus reales.

Ante esta inesperada e ilustre visita la imaginación gansteril de Jonás Ruiz se creció. Por las puras no vivía en el barrio Chicago. Se sentó ante la computadora Pentium IV e hizo alardes de sus destrezas de digitación.

El negro Karl Porras quedó turumba ante tanta pirotecnia de la tecnología de punta. De su negro maletín James Bond extrajo los originales de su Vocabulario de la lengua culle y atracó.

⎯Tú, no te preocupes de los gastos ⎯le dijo Jonás Ruiz⎯. La edición corre por cuenta de la Empresa Cena Editores.

⎯¿Seguro?

⎯Segurísimo. Entre negros currundengos no nos vamos a hacer la macumba.

En 3 semanas, chambeando día y noche, el opúsculo estuvo listo. Durante ese tiempo el negro Karl Porras no se rajó con nada, a pesar de que todo le estaba saliendo gratis. No fue capaz de invitar ni siquiera una miserable sopa lunta-lunta, un chinguirito, un picante de mollejas o una patita en fiambre, menú preferido de los negros pobres de la ciudad de Trujillo.

Jonás Ruiz dormía de día y de preferencia ejercía sus habilidades entre gallos y medianoche. Era canchero diseñando tapas y contratapas, barnizadas, en fondo negro. En la tapa venía una hermosa foto del pintor Luis Palao, a todo color, que parecía un mujik de luenga y albísima barba. Y en letras caladas, blancas, el nombre del autor y el título del libro. Y en la contratapa, la foto, a todo color, del Dr. Karl Porras. Y en letras caladas, blancas, una relación pormenorizada de las producciones que su pluma había plasmado.

El Dr. Karl Porras quedó impresionado con las artes finales del negro Jonás Ruiz. El tercer sábado fue citado para recibir el primer ejemplar. A las 9 de la mañana arribó al cuarto del flamante editor. Y en el cuarto no encontró nada. Durante 3 meses el Dr. Karl Porras lo rastreó por mar, aire y tierra hasta por debajo de las piedras, y nadie daba razón de su paradero. Y el negro Jonás Ruiz no emitía señales de vida. Como si se hubiera fugado a otro planeta.

Bajo los eucaliptos de la Avenida Mansiche y muy cerca de las vivanderas que venden anticuchos, el Dr. Karl Porras un día sorprendió al Dr. Daniel Luzurriaga Flores, llevando en la mano un libro tamaño cuaderno y de pastas negras.

⎯¿Qué joya bibliográfica es ésa, compadre? ⎯le preguntó.

⎯Un ejemplar nuevecito del Vocabulario de la lengua culle, impreso en Trujillo, por Cena Editores.

⎯¿Dónde lo conseguiste?

⎯Lo adquirí, por 5 soles, al moreno limeño Rolando Valenzuela, que remata obras viejas y usadas al pie de la puerta principal de la Universidad Nacional de Trujillo. Hoy por hoy, esta librería suelo es la que mejor promociona las obras que Trujillo produce, ya que las pitucas sólo venden las que llevan el sello de las transnacionales.

⎯¿Y quién es el autor?

⎯Débora Dora de Díaz, profesora de Lengua y Literatura y Doctora Honoris Causa de una de las tantas Universidades privadas que pululan en el arenal de Chimbote.

Trujillo, diciembre 29 del 2001

Trujillo, abril 3 del 2002

3. Katatay

El 30 de marzo de 1971 Iván Pizarro Álvarez tuvo la suerte de presidir la sustentación de una tesis de Matemática en la Facultad de Pedagogía de la Universidad Nacional del Centro del Perú (Huancayo). El jurado estaba compuesto por 3 catedráticos de la especialidad. Actuaba como secretario docente Desposorio Curi Cusihuamán, huancavelicano. Sacavueltero. En su adolescencia había sido pastor de puna. No era precisamente un danzante de tijeras,

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