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MIRABEU O EL POLÍTICO - ORTEGA Y GASSET

Enviado por   •  1 de Abril de 2018  •  2.627 Palabras (11 Páginas)  •  521 Visitas

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La política de Mirabeau postula la unidad de los contrarios. Para Ortega, o bien se hace política o bien se la define. La definición es la idea clara, sin contradicciones, pero sin embargo la política es clara en lo que hace y es contradictoria cuando se la define. El político debe, por sí mismo, hacer la revolución y la contrarrevolución. Mirabeau pretendía "acomodar todas las cosas de la revolución y salvar la subitaneidad del tránsito". Buscaba la unión de la asamblea y el palacio, revolución y contrarrevolución, pero esto se volvió imposible cuando los radicales decretaron la imposibilidad del cargo de ministro con el de diputado. Así que, para llegar a palacio, Mirabeau decidió cobrar el sueldo que le correspondía como ministro como consejero privado. Esta fue la gran venta que hizo de sí mismo.

Poco después, el dos de abril de 1791, murió de una inflamación en el diafragma.

Analizando la vida de Mirabeau, destacan dos rasgos de su personalidad. Por un lado, la impulsividad, el primero actuar y después reflexionar. Quien no es impulsivo no actúa hasta que la idea del acto no haya sido aprobada, y como las relaciones entre las ideas son muy complicadas, el reflexivo decide casi siempre no actuar. Mirabeau no cuestionaba sus actos hasta después de cometerlos. El segundo rasgo a destacar es el activismo: Mirabeau necesitaba actuar constantemente, fuera de la forma que fuese. Esto es lo más característico de todo hombre político. El intelectual en cambio no siente esa necesidad de actuar, al contrario: la acción es una perturbación. Este hombre no necesita a nada ni a nadie, se basta a sí mismo, es autosuficiente.

Políticos e intelectuales son entonces, según Ortega, dos clases de hombres diferentes: los ocupados y los preocupados. Preocuparse en extremo puede llevar a la enfermedad, los intelectuales son, casi siempre, un poco enfermos. Los políticos, en contraste, son un magnífico animal, una espléndida fisiología. La moral es una preocupación, es preguntarse antes de actuar si dicho acto es o no ético. El impulsivo primero actúa, luego se pregunta. Es, pues, injusto llamarle inmoral, sólo se le puede exigir arrepentimiento. Al gran político no se le puede acusar de inmoral, sólo de fala de escrupulosidad.

Sobre la impulsividad, el activismo e inquietud constantes va a caballo el genio; sin estas capacidades psicofisiológicas no hay grande hombre político. Si se quieren grandes hombres, no se les puede pedir virtudes cotidianas.

Otra diferencia entre el político y el intelectual es con respecto a la verdad. El intelectual envidia la tranquilidad con la que el político miente. El pensador se esfuerza continuamente en pensar la verdad, y esta es su virtud y su martirio. Al mismo tiempo, al gran político le maravilla el servicio a la verdad que ofrece el hombre intelectual. Es una admiración recíproca, pero sin embargo ni al gran político le cuesta esfuerzo la mentira ni al intelectual la verdad, sino que ambas cosas les brotan naturalmente.

El intelectual vive una vida interior, consigo mismo. El hombre de acción, en cambio, no se ve a sí mismo, su alma se proyecta hacia fuera. Esta falta de vida interior le da al político un cariz de relativa vulgaridad; para él lo importante son los actos, las palabras e ideas son sólo instrumentos. Aunque cuente con todo lo demás, un político no puede ser un gran político en ausencia del genio, pero es difícil distinguir entre ambos hombres. Ortega advierte no hacernos ilusiones.

Dice Ortega que casi todos los hombres políticos lo son sólo en parte, pero la política en realidad es una arquitectura completa, incluyendo los sótanos, las cualidades más extrañas de las que están dotados los grandes hombres políticos. Subraya esto porque no cree que Europa se salve si no se decide Occidente a buscar el contacto inmediato con la más cruda realidad de la vida. Se refiere con esto al no querer ver lo que la moral considera indeseable, cosa que se ha pretendido durante siglos. Sin embargo no debería sólo verse lo que debe ser, sino también lo que es, ambas cosas existen en nuestro mundo. Asia es al contrario: para ella lo que es, debe ser, es conformista con la realidad. Si algún sentido tiene la convivencia intercontinental, será el complemento mutuo de estas dos tendencias: la reforma emanada de una previa conformidad con lo real, la modificación ideal de la vida que parte de haber reconocido previamente sus condiciones. Ortega acaba aclarando que ninguna de las fuerzas zoológicas sin las que puede ser el gran político es su política.

La definición de política que más se ajusta a la idea de Ortega es la de " tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación". Para él, lo más importante es distinguir que el Estado es un instrumento que sirve para servir al Estado. Las medidas que se tomen deben ser útiles para la nación, no para el Estado en sí mismo. El gran político ve siempre los problemas del Estado a través y en función de los nacionales. El pequeño político tiende a darle demasiada importancia.

Este error lleva a tergiversar la cuestión fundamental. Casi todo el mundo (autoritarios como radicales) se pregunta: ¿cómo es posible crear en España un Estado lo más perfecto que quepa imaginar? Sin embargo, para Ortega la pregunta debería ser: ¿cómo hay que organizar el Estado para que la nación se perfeccione? Quien vive es la nación, el Estado se nutre se sus jugos.

Podría decirse que un Estado es perfecto cuando contribuye a aumentar la vitalidad de los ciudadanos. Sin lo construyéramos perfecto en sí mismo, se detendría la vida nacional. Lo que triunfa en la historia es la vitalidad de las naciones y no la perfección formal de los Estados, y es lo que debe ambicionarse para España. Esto supone ideas claras sobre la situación histórica de los españoles, las virtudes que tienen, las que les faltan, la estructura social efectiva del país.

Es imprescindible, entonces, que el gran político tenga la revelación de lo que hay que hacer con el Estado en una nación. Esta clarividencia es obra del intelecto, por lo cual el gran político en realidad debe ser también, en gran medida, intelectual. Esta nota de intelectualidad es la que distingue al político egregio del vulgar gobernante. Es el tipo de hombre menos frecuente por tener que unir entre sí los caracteres más antagónicos: fuerza vital e intelección, impetuosidad y agudeza. El mayor ejemplo de esto es César. Comprende el destino, lo capta, lo domestica. Es un caso ejemplar de agudeza intelectual. Fue capaz de ver la solución de Roma gracias a su comprensión analítica de la sociedad romana en

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