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Las personas con discapacidad y su inclusion a las escuelas comunes.

Enviado por   •  30 de Abril de 2018  •  4.718 Palabras (19 Páginas)  •  347 Visitas

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Desarrollo.

Cuando se habla de integración se trata de perder lo propio para conformar algo en conjunto. La diversidad hay que entenderla como construcción histórica, social y cultura política, donde el que está por fuera es anormal, nadie aprende desde la desigualdad y entonces se busca incluirlos en el mundo “normal”. Focalizan las diferencias en el diferente.

En vez de hablar de él “diferente” hablamos de diferencias. Primero lo fabrico como anormal, luego lo normalizo. La normalidad si existe dentro de nuestra cabeza al mirar al otro, normalizamos al otro dentro de ciertos parámetros.

Lo incompleto es lo de todos, no hay nadie completo, somos todos incompletos. Con el otro nos hacemos, pero no nos completamos.

El término de la diversidad puede ser utilizado en sentido negativo, se emplea el concepto para caracterizar el modelo escolar basado en la lógica del mercado. “Las diferentes formas de consumo educativo llevan a cabo de manera descentralizada y ‘flexible’ una reproducción de las desigualdades sociales según nuevas lógicas que apenas tienen nada que ver con la ‘escuela única’. El nuevo modelo de escuela funciona con la ‘diversidad’ y la ‘diferenciación’, en función de los públicos y las ‘demandas” (Laval, 2004: 27). Las madres y los padres son vistos como consumidores y buscadores de la ‘mejor’ opción para la educación de su hija o hijo en el mercado escolar[3].

“La diversidad que caracteriza a la sociedad y, por consiguiente, al sistema educativo hace referencia al abanico de personas diferentes que responden a varios factores: “la lengua, la cultura, la religión, el género, la preferencia sexual, el estado socioeconómico, el marco geográfico” (Arnaiz, 2003: 171)[4], la capacidad física, psíquica, o sensorial, la situación afectiva, etc. Quiero resaltar que en esta lista de diferencias que denotan la diversidad vivida en las aulas hablo de capacidad, no de discapacidad, porque pienso que la categoría en la que todas y todos nos podemos incluir es aquella que se refiera a nuestras diversas capacidades. Quiero decir que todas y todos tenemos una lengua, una cultura, una religión, un género, una preferencia sexual, un estado socio económico, un lugar geográfico de referencia y también unas capacidades físicas, psíquicas y sensoriales, un manejo de nuestro mundo afectivo, y otras. Así no corremos el peligro, los que caminamos con las dos piernas, nos midieron en la escuela un CI ‘normal’ y vemos y oímos más o menos bien, de pensar en ‘las personas que presentan alguna discapacidad como las otras, las discapacitadas, que, lejos de ayudarnos a comprender y transformar la realidad, nos obstaculiza el camino de la inclusión”.

La educación especial es considerada un problema menor, que trata de personas que tuvieron la desgracia de adquirir algún tipo de deficiencia, sus familias y los profesionales – especialistas- que trabajan con ellos. Más aún, los sujetos con deficiencia raras veces son vistos como perteneciendo a una nación, siendo ciudadanos y sujetos políticos, articulándose en movimientos sociales, poseedores de sexualidad, religión, etnía, etc.[5]

Educación especial: dispositivo que se crea por la idea de normalidad, trata de controlar la anormalidad. Habría que considerar la existencia de una frontera que separa de modo muy nítido aquellas miradas que continúan pensando que el problema está en la "anormalidad" de aquellas que hacen lo contrario, es decir, que consideran la "normalidad" el problema. Las primeras —sólo en apariencia más científicas, más académicas— siguen obsesivas por aquello que es pensado y producido como "anormal", vigilando cada uno de los desvíos, describiendo cada detalle de lo patológico, cada vestigio de anormalidad y sospechando de toda deficiencia. Este tipo de miradas no es útil para la educación especial ni para la educación en general: lo "anormalizan" todo y a todos. Las otras miradas —tal vez menos vigilantes, pero también menos pretenciosas— tratan de invertir la lógica y el poder de la normalidad, haciendo de esto último, de lo normal, el problema en cuestión. La educación especial podría ser pensada como un discurso y una práctica que torna problemática e incluso insostenible —y más bien imposible— la idea de lo "normal" corporal, lo "normal" de la lengua, lo "normal" del aprendizaje, lo "normal" de la sexualidad, lo "normal" del comportamiento, etc., acercándose de ese modo a otras líneas de estudio en educación, como lo son los estudios de género, los estudios culturales, el postestructuralismo, la filosofía de la diferencia. Si aquello que llamamos de educación especial no sirve para poner en tela de juicio "la norma", "lo normal", "la normalidad", pues entonces no tiene razón de ser ni mayor sentido su sobrevivencia.

La educación especial, así como la educación en general, no se preocupan con las diferencias, sino con aquello que podríamos denominar como una cierta obsesión por los "diferentes", por los "extraños", o tal vez en otro sentido, por "los anormales". Es crucial trazar aquí un rápido semblante sobre esta cuestión, pues se viene confundiendo, digamos, trágicamente la/as diferencias con los diferentes. Los "diferentes" obedecen a una construcción, una invención, son un reflejo de un largo proceso que se podría llamar diferencialismo, esto es, una actitud —sin dudas racista— de separación y de disminución de algunos trazos, de algunas marcas, de algunas identidades en relación con la vasta generalidad de diferencias. Éstas no pueden ser presentadas ni descriptas en términos de mejor o peor, bien o mal, superior o inferior, positivas o negativas, etc. Son, simplemente, diferencias. Pero el hecho de traducir algunas de ellas como "diferentes" y ya no como diferencias, vuelve a posicionar estas marcas como contrarias, como opuestas y negativas a la idea de "norma", de lo "normal" y, entonces, de lo "correcto", lo "positivo", de lo "mejor", etc. Lo mismo sucede con otras diferencias, sean éstas raciales, sexuales, de edad, de género, de lengua, de generación, de clase social, etc. Se establece un proceso de diferencialismo que consiste en separar, en distinguir de la diferencia algunas marcas "diferentes" y de hacerlo siempre a partir de una connotación peyorativa. La preocupación por las diferencias se ha transformado, así, en una obsesión por los diferentes. Y cabe sospechar de esta modalidad de traducción

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