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El presente trabajo de investigación tiene como objetivo reflexionar

Enviado por   •  1 de Enero de 2019  •  7.753 Palabras (32 Páginas)  •  421 Visitas

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El modelo de inteligencia emocional es propuesto claramente en 1990 por Peter Salovey, profesor de la Universidad de Yale, y John D. Mayer, profesor de la Universidad de Hampshire. De hecho, quien más contribuyó a popularizar el concepto de inteligencia emocional fue el psicólogo norteamericano Daniel Goleman, con su libro Inteligencia emocional (1996). Goleman define la inteligencia emocional como:

“La capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y, por último — pero no por ello menos importante— la capacidad de empatizar y confiar en los demás.” (Goleman, 1996, p. 65).

De acuerdo con Ribot (1905) define el “razonamiento emocional” como: “un proceso cuya transmisión entera es afectiva, es decir, consiste en un estado de sentimiento que, permaneciendo idéntico o transformándose, determina la elección y el encadenamiento de los estados intelectuales; éstos no son más que un revestimiento, un medio necesario para dar cuerpo a esta forma de lógica” (p. 9). En este tipo de razonamiento la conclusión está dada de antemano, es el deseo que puso en marcha todo el proceso argumental. Las pruebas son labor secundaria y sólo son valiosas en cuanto son útiles para el deseo. Este razonamiento se apoya más en indicios que en pruebas, en impresiones más que en juicios, en posturas incuestionables más que en discusiones. (García & García-Vega, 2003).

La dicotomía entre lo emocional y lo racional se asemeja a la distinción popular existente entre el “corazón” y la “cabeza”. Saber que algo es cierto “en nuestro corazón” pertenece a una orden de convicción distinto –de algún modo, un tipo de certeza más profundo- que pensarlo con la mente racional. Existe una proporcionalidad constante entre el control emocional y el control racional sobre la mente ya que, cuanto más intenso es el sentimiento, más dominante llega a ser la mente emocional… y más ineficaz, en consecuencia, la mente racional. Ésta es una configuración que parece derivarse de la ventaja evolutiva que supuso disponer, durante incontables eones, de emociones e intuiciones que guiaran nuestras respuestas inmediatas frente a aquellas situaciones que ponían en peligro nuestra vida, situaciones en las que detenernos a pensar en la reacción más adecuada podía tener consecuencias francamente desastrosas.

La mayor parte del tiempo, estas dos mentes –la mente emocional y la mente racional- operan en estrecha colaboración, entrelazando sus distintas formas de conocimiento para guiarnos adecuadamente a través del mundo. Habitualmente existe un equilibrio entre la mente emocional y la mente racional, un equilibrio en el que la emoción alimenta y da forma a las operaciones de la mente racional y la mente racional ajusta y a veces censura las entradas procedentes de las emociones. En todo caso, sin embargo, la mente emocional y la mente racional constituyen, dos facultades relativamente independientes que reflejan el funcionamiento de circuitos cerebrales distintos aunque interrelacionados. En muchísimas ocasiones, pues, estas dos mentes están exquisitamente coordinadas porque los sentimientos son esenciales para el pensamiento y lo mismo ocurre a la inversa. Pero, cuando aparecen las pasiones, el equilibrio se rompe y la mente emocional desborda y secuestra a la mente racional. Goleman, 1996, p. 43 y 44)

- Delimitación conceptual de la inteligencia emocional

El término inteligencia emocional aparece en la literatura psicológica en el año 1990, en un escrito de los psicólogos americanos Peter Salovey y John Mayer. Sin embargo, fue con la publicación del libro La Inteligencia Emocional (1995) de Daniel Goleman cuando el concepto se difundió rápidamente. A este libro pronto le siguió otro, del mismo autor, con el nombre de La Inteligencia Emocional en la Empresa (1998).

Incluye las habilidades de: percibir, juzgar y expresar la emoción con precisión; contactar con los sentimientos o generarlos para facilitar la comprensión de uno mismo o de otra persona; entender las emociones y el conocimiento que de ellas se deriva y regular las mismas para promover el propio crecimiento emocional e intelectual.

Las decisiones que toma el hombre día con día, llegan a estar influenciadas en mayor o menor grado por las emociones, es decir: en la compra de un coche, en la elección de una carrera, definir el plan del día, entre otras.

Sin dejar de reconocer la importancia que tiene el cociente intelectual y la pericia para el logro de los objetivos de desarrollo en la empresa, Daniel Goleman, el principal estudioso y divulgador del concepto de inteligencia emocional, ha señalado que el éxito en la empresa obedecería nada menos que en un 80 por ciento a este importantísimo factor.

- Las competencias de la inteligencia emocional

Así, mientras que la inteligencia emocional determina nuestra capacidad para aprender los rudimentos del autocontrol y similares, la competencia emocional se refiere a nuestro grado de dominio de esas habilidades de un modo que se refleje en el ámbito laboral. El dominio de una determinada competencia emocional, como el servicio a los clientes o el trabajo en equipo, por ejemplo, requiere el desarrollo de algunas de las habilidades subyacentes a los principios fundamentales de la IE, concretamente, la conciencia social y la gestión de relaciones. Sin embargo, las competencias emocionales son habilidades aprendidas y el hecho de poseer una buena conciencia social o de ser hábil en la gestión de las relaciones no garantiza el dominio del aprendizaje adicional requerido para relacionarse diestramente con un cliente o resolver un conflicto. Lo único que, en tal caso, sucede es que uno simplemente tiene la capacidad potencial de convertirse en un experto en ese tipo de aptitudes. Dicho de otro modo, las capacidades subyacentes a la IE son una condición necesaria, aunque no suficiente, para evidenciar una determinada competencia o habilidad laboral. El ejemplo, procedente de ámbito cognitivo, del estudiante que posee una excelente capacidad de representación espacial, pero que jamás aprende geometría y, mucho menos, se convierte en arquitecto, ilustra perfectamente lo que queremos decir. Lo mismo podríamos afirmar con respecto a la persona empática que, no obstante, demuestra una ostensible incapacidad para relacionarse con los clientes, porque no ha desarrollado las competencias necesarias para desempeñar el trabajo de servicio al cliente.

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