FREUD Y EL MALESTAR EN LA CULTURA

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En el capítulo siete se indaga acerca de los recursos a los que apela la cultura para coartar la agresión antagónica, para bien sea tornarla inofensiva o para eliminarla, mostrándonos como la sociedad canaliza la agresividad, dirigiéndola luego contra el propio sujeto, generando en él una conciencia moral o súper yo, que a su vez viene a dar origen al sentimiento de culpabilidad y la inherente necesidad de castigo, generando angustia en el ser humano y mostrando los dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: El miedo a la autoridad, y el miedo al súper yo, los cuáles en ambos casos obligan a renunciar a los instintos. Por último, en el capítulo ocho, Freud busca situar al sentimiento de culpa como el problema más importante del desarrollo cultural y de paso, revelar que el precio del progreso cultural ha de saldarse con el déficit de dicha consecuenciado por la elevación del sentimiento de culpa, por lo que el autor concluye que el germen de los sentimientos de culpabilidad radica en las tendencias agresivas, ya que al evitar la satisfacción erótica, volvemos la agresión hacia esa persona que prohíbe, y en consecuencia, esta agresión es canalizada hacia el superyó, de donde emanan los sentimientos de culpabilidad. Así que, en síntesis, el devenir de la especie humana depende de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a la agresividad humana, lo que otorga un papel decisivo el Eros, como tendencia opuesta.

Es entonces al final del recorrido por su ensayo cuando Sigmund Freud deja translucir el sentimiento de culpa como tema central del mismo, al explicarlo como el problema de más transcendencia ocasionado por el desarrollo cultural, al haber creado leyes y normas de comportamiento social que se orientan de suyo a restringir la plena expresión y el despliegue efectivo y natural de las pulsiones sexuales y agresivas (Eros y Tánatos), al punto de que tiende al final a transformar buena cantidad de esa agresividad en ese mencionado sentimiento de culpa. No en vano, el tipo de carácter, la sublimación y renuncia de lo pulsional son señalados como los factores que participan en el proceso cultural, algo que queda patente en el hecho de que a juicio de lo planteado por el padre del psicoanálisis, ese malestar de la cultura se puede interpretar como un tránsito de ese sentimiento de culpa hacia una vertiente en donde el “yo” asimila la culpa como un malestar generalizado que conduce al ser humano a un estado de angustia social.

Cabe entonces preguntarnos al concluir este ensayo si el factor cultural, tal como lo evidenciamos en nuestra cotidianidad, constituye el elemento clave de nuestro desarrollo evolutivo como especie antes que un obstáculo, como se puede dilucidar de los planteamientos de Freud. Y es que a este respecto, en lo personal pienso que si esas pulsiones no tuviesen freno alguno por parte de la Cultura que rige la estructura de la sociedad, careceríamos de este estado de humanidad que como personas hemos logrado alcanzar, lo cual se evidencia en cuanto cuando determinadas persona se saltan la moral y la ética en procura de satisfacer ansias de poder, de riqueza, instintos y demás, es en ese punto cuando el ser humano adquiere tintes de bestialidad e inclusive, parodiando a Maquiavelo, el hombre se convierte en un lobo para el hombre. Sin embargo, vale a favor de Freud que quizás inclusive estas disquisiciones obedezcan a siglos y siglos de represión cultural y que no sean más que la prueba contundente de que nos hemos acostumbrado al “malestar” en gran medida y a que nuestras pulsiones permanezcan supeditadas al factor cultural que nos ha aportado seguridad, es cierto, pero que de igual modo ha coartado la expresión plena de la sexualidad y el factor agresividad, de suyo manifestaciones profundamente arraigadas a la naturaleza humana.

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