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El Don Personal de la Empresa Sana

Enviado por   •  26 de Diciembre de 2017  •  2.784 Palabras (12 Páginas)  •  593 Visitas

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El agente que decide basándose en el análisis económico sopesando posibles medios, posibles caminos de actuación, posibles planes para lograr esos fines, y decide actuar en el único sentido que, a su juicio, maximiza el valor último en comparación con otras alternativas. Para prever todas las posibles consecuencias de una acción se necesita tener todos los datos sobre contingencias y variables relevantes, y ajustarlos fielmente de acuerdo con los proyectos de cada uno. Esa clase de información no se obtiene fácilmente. No podemos ver bien el futuro. Nuestras habilidades informáticas y nuestro acceso a la información son limitadas, lo cual a su vez impone severos límites a la realización de la pura racionalidad económica idealizada.

No siempre podemos aspirar a optimizar con éxito, Simon sugiere que en su lugar deberíamos “satisfacer”. Esa es su estrategia alternativa para el modo en que deberíamos decidir. Todo lo que uno debería hacer, sugiere Simon, es intentar llevar a cabo un curso de acción que sea suficientemente bueno, y un plan de acción que es un bien suficiente es meramente un medio suficientemente bueno, pero puede no ser necesariamente el mejor medio. Dicho esto, es necesario reflexionar más sobre la necesidad de satisface. ¿Por qué satisfacer contentarse con la elección de un “bien suficiente” es el camino correcto para avanzar y por qué debe abandonarse el modelo de la optimización económica? Hay otra razón que se encuentra a un nivel más básico y tiene que ver con el hecho de que hay una pluralidad de fines diferentes, únicos e inconmensurablemente valiosos además del dinero y el placer.

Cada uno de esos bienes constituye independientemente una buena razón para elegir. En el planteamiento de Simon, el hombre económico optimizador trataría de ser tan racional como pudiera, pero fracasaría porque no sería suficientemente agudo: quiere maximizar pero no puede.

La otra alternativa viable, el satisfactor, es la única alternativa realista. Sin embargo, hay un problema más básico con el hombre económico, y se debe al hecho de que existe otra limitación en nuestro intelecto. Incluso suponiendo que pudiéramos descubrir los medios para maximizar ese valor último, aún hay algo que la razón no puede hacer. El concepto clave aquí es la (in)conmensurabilidad. Conmensurar es intentar encontrar algún tipo de base común (relevante) con la que comparar dos cosas o bienes.

Según el análisis económico, el agente económico debería aspirar a maximizar un último fin final o valor, y en teoría todos los bienes podrían describirse como un conjunto de ciertas unidades de ese valor final. Pero en esa visión hay dos errores. El primero es el resultado de falsas asunciones concernientes a la singularidad de los valores; la segunda es el resultado de falsas asunciones acerca del modo en que los valores finales pueden medirse y compararse, esto es, conmensurarse. Este punto puede entenderse más fácilmente con una analogía, por ejemplo la de tomar la decisión de ir de a comprar. Sólo cuentas con 5 dólares y tienes que comprar varias frutas. Vas al supermercado y allí encuentras varias clases de frutas atractivamente empaquetadas y envueltas. Cada paquete cuesta 5 dólares. La cuestión es que cada grupo de frutas, por ejemplo el de manzanas, está compuesto por manzanas de distintos tamaños. No se dice nada acerca de cuánto pesa cada paquete y estás presionado por el tiempo: tienes que tomar una decisión rápidamente porque vas a recibir en breve la visita de tu suegra. Te gustaría maximizar los 5 dólares, es decir, querrías elegir el paquete más “lleno de manzanas” o el que “tenga el mayor número de manzanas posible”. Pero es imposible saber con seguridad cuál es el mejor, porque no se pueden pesar y se presentan en distintas combinaciones de tipos y tamaños.

En una situación como ésta, sin ingenio para optimizar, satisfarás como sostiene Herbert Simon. Pero todavía se presenta un problema más fundamental cuando intentamos comparar lo que compramos. Resulta que tu esposa no te ha dicho específicamente que compraras manzanas. Y también hay paquetes de uvas, naranjas, sandías, mangos y plátanos a 5 dólares. Incluso si tuvieras una balanza e identificaras el paquete de manzanas más grande, ¿cómo decidirías si gastas tus 5 dólares en manzanas, en naranjas, en plátanos o en uvas? ¿Cómo las compararías, medirías y pesarías?

El problema de la elección de frutas es análogo a la cuestión que plantea John Finnis (con Joseph Boyle y German Grisez). En primer lugar, igual que ir a comprar no es sólo comprar manzanas, decidir qué debería buscarse, hacerse o lograrse no es exclusivamente promover una única función de valor, a menudo ofrecida de manera tentadora, como es el placer o el dinero. En segundo lugar, igual que no se puede juzgar si las manzanas son mejores que los plátanos simplemente porque no se pueden comparar las diversas clases de fruta, tampoco se pueden pesar ni medir los valores finales.

El placer y el dinero parecen tener un carácter meramente subsidiario:

Son medios secundarios para lograr esos otros valores finales. ¿Cuáles son esos valores finales? A base de interrogar por los valores finales de las cosas que hacemos, Finnis hace aflorar siete valores finales que tienen los seres humanos: la vida, La verdad, La amistad, Experiencia estética habilidad para los juegos, Religión y Razonabilidad práctica. Siendo esos bienes únicos que merece la pena buscar por sí mismos.

Cuando piensan sobre ello, muchas personas se dan cuenta de que el dinero no es lo único que persiguen, y entienden que el dinero es algo que compra otras cosas que sí son valiosas. Ahí aparece la tesis aristotélica de que el dinero no es el valor final de todas las cosas, simplemente porque el dinero es en sí mismo (ontológicamente) algo que representa algo más.

Por otra parte, el placer también se presenta como atractivo, pero la gente a menudo está dispuesta a sacrificarlo a cambio de otros bienes. Finnis sugiere que el placer no es un valor final que merezca la pena buscar por sí mismo. El experimento pensado por Finnis es el siguiente: imagine que a usted le dan la oportunidad de enchufarse a una “máquina de experimentar” la vida, en la que puede experimentar grandes placeres. El asunto es que, una vez que está en ello, está enchufado de por vida y separado para siempre del mundo real.

Y es que la identificación de lo que es o no un bien valioso intrínsecamente también informa nuestra caracterización de qué significa “satisfacer” completamente.

Se debe satisfacer no sólo porque no se pueden descubrir los medios

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