Escuela católica

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Ciertamente, en manos de los estados está la búsqueda del Bien Común, y en este caso específico, de generar condiciones sociales más justas que posibiliten modificar políticas de inserción laboral de los jóvenes. También son decisivas las políticas educativas que tienen como objetivo la transformación de la escuela. Pero yo quisiera un Estado Pedagogo, (no paternalista ni autoritario ni liberal, ni comunista), que respete los principios de subsidiariedad y de solidaridad. Bajo estos principios, el sector privado tiene sus responsabilidades que no puede eludir pero que siempre gambetea.

Esta reflexión me dispara la pregunta: ¿qué es lo que le impide a la escuela católica tomar la iniciativa en la transformación de la escuela tradicional, en una escuela flexible, atenta a la problemática de los jóvenes, de los niños, de las familias, del contexto? En demasiadas ocasiones refuerza el problema de la fragmentación, (cuotas, uniformes, etc.), de la exclusión (derecho de admisión) o de la injusticia.

La profesionalidad del docente y su formación constante: ¿es cuidada, estimulada, acompañada, sostenida?

El profesor de religión: ¿es reconocido, capacitado, equiparado en sus derechos laborales a los demás docentes?

De todas maneras, el reconocimiento de una realidad no tiene porqué llevar a la desesperanza. Levantar la mirada permitirá ver más allá de construcciones ideológicas, religiosas, fundamentalistas, y apreciar iniciativas públicas o privadas que buscan caminos alternativos, libremente, arriesgándose con decisión corajuda, valiente. Los hay, y me constan.

Porque cuando uno está seguro de la meta, prueba caminos y no tiene empacho en decir: “me equivoqué de colectivo”, y bajarse para tomar otro o seguir a pie.

Porque cuando hay pasión y alegría por la misión que aceptamos libremente, y confiamos en quien nos la ha encomendado, ¿quién nos puede detener?

¿No es una chispita lo que enciende el cañaveral?