Cuentos. EL OTRO YO
Enviado por Ledesma • 18 de Enero de 2018 • 4.325 Palabras (18 Páginas) • 744 Visitas
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LA FUENTE DE LA JUVENTUD
Cuento popular japonés
Había una vez un viejo carbonero que vivía con su esposa, que era también viejísima. El viejo se llamaba Yoshiba y su esposa Fumi. Los dos vivían en la isla sagrada de Mija Jivora, donde nadie tenía derecho a morir. Cuando una persona enfermaba la mandaban a la isla vecina, y si por casualidad moría alguien sin síntomas, enviaban el cadáver a toda prisa a la otra ribera.
La isla, la más pequeña del Japón, es también la más hermosa. Está cubierta de pinos y sauces, y en el centro se alza un hermoso y solemne templo, cuya puerta parece que se adentra en el mar. El mar es azul y transparente, y el aire es nítido y diáfano.
Los dos ancianos eran admirados por el resto de la aldea, debido a su resignación y persistencia a la hora de aceptar y superar los avatares de la vida, y al amor mutuo que se habían profesado durante más de cincuenta años.
El suyo, como tantos otros en Japón, había sido un matrimonio concertado por sus padres. Fumi no había visto nunca a Yoshiba antes de la boda, y éste sólo la había entrevisto un par de veces a través de las cortinas, y se había quedado admirado por su rostro ovalado, la gentileza de su figura y la dulzura de su mirada. Desde el día del casamiento, la admiración y adoración fue mutua. Ambos disfrutaron de la alegría de su enlace que se multiplicó con creces con tres hermosos y fuertes hijos, pero ambos también se vieron sacudidos por la tristeza de perder a sus tres hijos, una noche de tormenta en el mar.
Aunque disimulaban ante sus vecinos, cuando estaban solos lloraban abrazados y secaban sus lágrimas en las mangas de sus kimonos. En el lugar central de la casa, construyeron un altar en memoria de los hijos y cada noche llevaban ofrendas y rezaban ante él. Pero últimamente una nueva preocupación había devuelto la congoja a sus corazones. Ambos eran mayores y sabían que ya no les quedaba mucho tiempo. Yoshiba se había convertido en las manos de su esposa y Fumi en sus ojos y sus pies, y no sabían cómo podrían superar la muerte de uno de ellos. ¡Oh, si tuviésemos una larga vida por delante!
Una tarde, Yoshiba sintió la necesidad de volver a ver el lugar donde había trabajado durante más de cincuenta años. Pero al llegar al claro del bosque, y observar los árboles, tan conocidos, se dio cuenta de que había algo nuevo. Tantos años trabajando allí, y nunca se había fijado en que debajo del árbol mayor había un manantial de agua clara y cristalina, que al caer parecía cantar, y su crujido, como el de hojas de papel arrugadas, se mezclaba con el murmullo de las hojas al ser movidas por el susurro de la brisa al atardecer. Yoshiba sintió una terrible sed y se acercó a la fuente. Cogió un poco de agua y bebió. Al rozar sus labios, sintió la necesidad de beber más, pero al ir a cogerla observó su reflejo en el agua y vio que habían desaparecido las arrugas de su rostro, su pelo era otra vez una hermosa y negra cabellera, y su cuerpo parecía más vigoroso y fortalecido. El agua tenía un poder misterioso que lo había hecho rejuvenecer.
Entonces sintió la necesidad de ir corriendo a decírselo a su esposa. Cuando Fumi lo vio llegar no reconoció a aquel mozo que de pronto se acercaba a la casa, pero al estar junto a él observó sus ojos y lo reconoció. Cayó desmayada al recordar sus años de juventud, pero Yoshiba la levantó y le contó lo que había ocurrido en el bosque. Decidió que ella fuese por la mañana, porque ya era de noche y no deseaba que se perdiera.
A la mañana siguiente Fumi se fue al bosque. Yoshiba calculó dos horas, porque aunque a la ida
tardaría más por su edad y la falta de fuerza, a la vuelta llegaría enseguida porque habría
recuperado su juventud. Pero pasaron dos horas, y tres, y cuatro, y hasta cinco, por lo que Yoshiba
empezó a preocuparse y decidió ir él mismo al bosque a buscar a su esposa. Cuando llegó al claro,
vio la fuente, pero no encontró a nadie. Entre el murmullo de las hojas y el crujido del agua oyó un
leve sonido, como el que hace cualquier cría de animal cuando está solo. Se acercó a unas zarzas,
las apartó, y encontró una pequeña criatura que le tendía los brazos. Al cogerla, reconoció la
mirada. Era Fumi, que en su ansia de juventud había bebido demasiada agua, llegando así hasta su
primera infancia.
Yoshiba la ató a su espalda y se dirigió hacia casa. A partir de entonces, tendría que ser el padre de
la que había sido la compañera de su vida.
Georges Dumézil
LA CREACIÓN DE LA TIERRA Y EL CIELO
Relato mítico de los indios jíbaros de la amazonía ecuatoriana
Dice el pueblo de los jíbaros que fue el bondadoso Yus quien creó la tierra. Pero ésta, al principio, estaba completamente desnuda. Era necesario vestirla y la vistió con selva de árboles gigantes y plantas menores que iban a dar los más variados frutos.
Entre las ramas altas silbaba el viento solitario, unas veces como bestia salvaje, otras como pájaro llorón, y otras al modo del zumbido de las moscas. Entonces Yus dijo:
-¡Mi creación está todavía incompleta!… ¡Ahora corran cuadrúpedos y serpientes por el suelo! ¡Puéblense los árboles de pájaros cantores! ¡Vuelen y anden los insectos por donde quieran o puedan!
Y eso fue.
La tierra no estaba completa todavía. Algo más faltaba. Entonces Yus subió a la copa del árbol más alto llevando en su diestra una hermosa jarra de oro. Con sus ojos divinos contempló su obra y notó que la flora inmensa se moría de sed.
-¡Sean los ríos y los lagos! –dijo. Y volcó su jarra llena de agua milagrosa sobre el suelo; y los ríos y los lagos fueron.
Faltaba algo más. De algún rincón secreto sacó una tela finísima de color azul, la echó hacia la altura y, sopla que sopla, la extendió en una comba infinita cubriendo la tierra con el cielo.
-¡Sobre este firmamento brillarán el Sol, la Luna y las estrellas, y cruzará el río Nayanza -agregó-,
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