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WETTENGEL Y PROL - “Tratamiento de los problemas de aprendizaje; actualizaciones en clínica psicopedagógica”

Enviado por   •  3 de Mayo de 2018  •  2.500 Palabras (10 Páginas)  •  415 Visitas

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Winnicot describe y diferencia el uso del objeto, de la relación de objeto. Refiere que en la relación de objeto actúan mecanismos de proyección e identificación. A través de estos mecanismos, el objeto se vuelve subjetivo, mientras que el uso del objeto es objetivo, no es un conjunto de proyecciones y forma parte de la realidad del exterior. La proyección, mecanismo que opera en la relación de objeto, es un concepto definido como: “la operación por medio de la cual expulsa de sí y localiza en el otro (persona o cosa) cualidades, sentimientos, deseos, incluso objetos, que no reconoce o que rechaza en sí mismo”. En la relación de objeto también actúa el mecanismo de identificación, definido como el “proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma total o parcialmente sobre el modelo de éste”. Los mecanismos de proyección e identificación colocan al objeto en una zona de control omnipotente. Por ejemplo: Carlos ejercía cierto control al romper lo que escribía, no leyendo o enfureciéndose cuando alguien le tocaba su cuaderno y se interesaba por sus producciones. Luego de un tiempo de tratamiento, Carlos puede leer y confrontar con sus compañeros sus escritos sin enfurecerse cuando alguien se acerca u opina sobre su producto. Sus producciones empiezan a formar parte del mundo exterior sin quedar sometidas a su control omnipotente. Carlos, en su transitar por el grupo, puede pasar de la relación de objeto a hacer uso del objeto. Para ello, Winnicot describe que es necesario atravesar previamente momentos donde el sujeto destruya al objeto y que el objeto sobreviva a la destrucción. Carlos, luego de haber pasado por destruir su cuaderno, situación que en el espacio terapéutico fue permitida, trabajaba sin ser sancionado, puede escribir “mi cuaderno nuevo”.

-El cuaderno: hacia la construcción de una historicidad:

Se puede pensar los cuadernos como libros de historia, donde los niños son los autores. Quedando el cuaderno como un documento de su historia, de su transitar por el tratamiento, lo que allí aconteció. No son hojas sueltas o en blanco, sino que están reunidas y llevan inscriptas marcas de la subjetividad. Cuaderno con escritos que portan un sentido histórico subjetivo y que remiten a la identidad del niño. La identidad, así como las producciones, pueden ir siendo revisadas y modificadas. El pasaje por el grupo les permitirá resignificar y reinscribir algo de su propia historia, convocando a un trabajo de historización, que posibilitará el acceso a una autonomía psíquica del pensamiento. Poder construir un tiempo pasado dará lugar a la catectización de un tiempo futuro que permitirá investir nuevas representaciones. Actividad representativa que posibilitará el acceso a nuevos objetos de conocimiento y a procesamientos simbólicos que darán cuenta de nuevos posicionamientos. La producción simbólica se complejizará, estableciendo ligazones que permitan reelaboraciones de lo ya inscripto con lo nuevo. Se puede pensar el cuaderno como un documento de la historia que es posible de ser subjetivado, donde lo pasado queda inscripto, para poder ser retomado. Es factible de ser reescrito, reinterpretado y resignificado, pudiendo pensar el presente e imaginar y proyectar un futuro, no como una mera repetición. Movimiento que favorece la apertura a nuevos investimientos de objetos y a la complejización simbólica de niños.

CAPITULO 5: LAS VOCES DE LOS OTROS.

La palabra enmarcan el encuentro en el tratamiento psicopedagógico clínico. Desde las voces que enuncian decires a las marcas fijadas por la escritura, la palabra se constituye en la herramienta privilegiada que propicia el despliegue de las subjetividades en los niños con dificultades en su aprender. Las palabras dicen, se silencian, se escuchan, se escriben y se leen. El infans arriba a un medio psíquico que lo preexiste y con el cual entrará en interacción a partir de una situación de encuentro con un discurso y con quien lo enuncia. Así, palabra y deseo enmarcan su advenimiento. En este encuentro entre la psique y el mundo se inaugura un proceso, la actividad representacional. El niño requiere de un primero tiempo de apego al objeto materno que le brindará suministros libidinales y narcisísticos. La madre instaura la pulsión, a través del lenguaje. La función materna ordena el psiquismo del niño ofertando ligazones de las cuales éste deberá apropiarse. El discurso materno, en su función de portavoz, habla al niño y para el niño propiciando el acceso a éste a la palabra para decir y decirse, habilitando el encuentro con el mundo. En este decir ordena, legisla, instituyendo lo previamente instituido en ella. Estas palabras maternas deben ser propiciadoras de mensajes de diferenciación y llevar al niño a la búsqueda de objetos sustitutos. Para que este se produzca, el padre, en tanto lugar de terceridad debe estar presente en el psiquismo de la madre. Un movimiento que lleve del apego a la autonomía, del vínculo a la separación, de la indiferenciación narcisista a la aceptación de la alteridad instaurará la subjetividad. Esta será condición para que el aparato psíquico progreso, la existencia de una diferencia entre lo ya inscripto y lo deseado, que posibilitará el despliegue de un proyecto a futuro y un trayecto identificatorio psíquicamente autónomo. En muchos de los niños con dificultades en su producción simbólica se observan modalidades restrictiva singulares ligadas a su historia libidinal, inmersas en silencios obsturantes; con vínculos primarios muy estrechos, que los hacen sumamente dependientes de los adultos. En estos niños, sobre los que abundan las certezas y escasean los cuestionamientos, se dificultan los requisitos indispensables (como la interrogación y la duda) para que el deseo de saber se instituya. Para que surjan las preguntas, un movimiento de separación, de distanciamiento de las figuras parentales debe producirse.

En el grupo, una diversidad de voces se despliega en cada encuentro. Voces que enuncian decires, vos que pertenece a un yo que se enuncia creyendo saber lo que dice al dirigirse a quien lo escucha. Para cada locutor, su voz es un signo distintivo en la medida en que conforma un estilo singular en el modo de usar la palabra. Su sonido puede presentar todos los timbres posibles. Las sesiones transcurren construyendo un recorrido terapéutico en el cual cada uno de los integrantes encuentra un espacio novedoso, desconocido y diferente, donde se entrelazarán lo propio y lo ajeno y se descubrirá la riqueza de un yo capaz de pensar su lugar en los conjuntos intersubjetivos. Sera tarea del terapeuta lograr que las miradas y las palabras de cada niño se

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