La escuela como ámbito para el fortalecimiento democrático
Enviado por Ninoka • 23 de Diciembre de 2018 • 3.685 Palabras (15 Páginas) • 271 Visitas
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La experiencia de la República Argentina de 33 años de ejercicio democrático ininterrumpido (desde el año 1983, donde tuvo lugar el retorno de la democracia), es decir, sin interrupciones al orden constitucional, demuestra que nuestro país ha madurado en términos institucionales y de conciencia ciudadana, de un pueblo que no quiere volver a ese oscuro pasado y que ha elegido a la democracia con sus defectos y sus beneplácitos como el sistema más adecuado para el desarrollo pleno de los ciudadanos en comunidad.
Dicho lo cual, sostenemos que la democracia, al no ser un sistema perfecto, trae como consecuencia que en el seno de la sociedad se verifiquen situaciones que atentan contra las prácticas democráticas; siendo la escuela en ese marco no ajena a ello. A manera de ejemplo nos preguntamos ¿Si la base de la democracia es la igualdad entonces como puede ser que haya ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda (y hasta tercera) categoría en cuanto al acceso a la educación? Pensemos un segundo en un país como Finlandia que lidera el Ranking PISA, con escuelas donde no hay distingos entre pobres y ricos, donde la excelencia educativa se encuentra en todas las escuelas, tanto en las del barrio y como en las del centro de las ciudades.
En ello nos adscribimos, al pensamiento de Pierre Bourdieu para quien, como nos enseña la autora Carina Kaplan, el fracaso escolar se explica porque la distribución de los bienes culturales y educativos es desigual en nuestras sociedades, por responder a la lógica del mercado excluyente.
“(…) El fracaso de ciertos individuos y grupos se comprende en tanto que no poseen las mismas oportunidades de acceso ni de permanencia ni de apropiación frente al mercado escolar…”(Kaplan, 2006:36)
Dicho lo cual, sostenemos que el aprendizaje democrático no es solamente aquel que nos permite conocer las perspectivas de otras personas, analizarlas en conjunto para así llegar a un acuerdo común, para mejorar la calidad del aprendizaje, sino que, y especialmente, la convivencia con esas perspectivas con las que no se acuerda. Convivir con lo diferente, con lo que no concordamos, convivir entre las diferencias de manera no jerárquica. Es la aceptación de aquello con lo que no coincidimos y tomar esa diferencia con la misma naturalidad con la que cepillamos nuestros dientes al levantarnos por la mañana, entendernos diferentes y en disenso, asumir que está bien no estar de acuerdo. Comprender a lo otro, lo diferente, lo no acordado, como parte de un colectivo diverso convivente es en esencia el sentido último de la democracia.
De hecho, vivir en democracia es vivir en disenso. Pretender la armonía, la unidad de criterios, la no diferencia, la homogeneidad es, justamente, todo lo contrario. La masa igualitaria no caracteriza a las democracias sino a los fascismos.
En este tipo de aprendizaje la conciencia es el resultado del aprendizaje social en la comunidad, de la interacción con los demás y consigo mismo. La personalidad del estudiante es el resultado de la relación del entorno y de su propia actividad cognoscitiva. A ello contribuye poderosamente la familia, la escuela y la sociedad.
Este se puede llevar a cabo mediante diferentes herramientas que hacen a la práctica democrática, tales como el debate, la investigación en equipo, el análisis de información, las conclusiones, el exponer todos los aspectos comprendidos en la temática en estudio, etc..
El trabajo cooperativo, el aprendizaje en pequeños grupos o equipos, crea el marco propicio para que los conocimientos, habilidades y procesos se presenten al aprendiz, y éste pueda entonces interiorizarlos, es decir, hacerlos suyos mediante la interacción.
Es en ella, en la interacción con la información de entrada y la información de salida que el mismo aprendiz exterioriza, que éste elabora su propio conocimiento, obviamente matizado por el filtro afectivo de sus sentimientos, necesidades y motivaciones.
En ello recobra trascendental importancia la situación personal y social del sujeto cognoscente a la hora de ponderar si en el aula el cocimiento se construye sobre la base de la pretensión de igualar a todos los sujetos sin distingos o si por el contrario la escuela es una institución que respeta las diferentes cosmovisiones (personales y de historia familiar) y por lo tanto construye conocimiento desde la diferencias de los sujetos intervinientes, resaltando tales diferencias en tanto constitutivas del colectivo social.
UN ENTORNO PLURAL
El ámbito escolar es un espacio más que propicio para el aprendizaje de la práctica democrática. Esta afirmación podemos sostenerla, por un lado, a partir de la noción de interiorización de Lev Vygotsky y, por el otro, desde el hecho de que la pluralidad de cosmovisiones que habitan las escuelas se torna irrefutable. En efecto, la relación con el contexto de diversidad propio de la escuela puede adquirir una centralidad en el aprendizaje de la práctica democrática.
Las escuelas se vuelven, así, lugares imprescindibles para la construcción de una sociedad igualitaria donde, vaya paradoja, las diferencias que constituyen cada una de las singularidades tengan el derecho a la intrascendencia; donde la diferencia pase tan desapercibida como los camellos en el desierto borgeano; donde, como toda democracia igualitaria, se sustente en una igualdad en las diferencias.
Como bien dice el dicho popular, cada familia es un mundo. Y de hecho lo es. En cada familia tiende a prevalecer un punto de vista, una cosmovisión. En el seno familiar se suele convivir con puntos de vista mucho más homogéneos que los puntos de vista que puedan convivir en cualquier otro ámbito de la sociedad. La escuela es, en este sentido, un lugar donde la multiplicidad de cosmovisiones familiares conviven diariamente, enfrentándose a cotidiano en la búsqueda por dotar de sentido a una realidad diversa y compleja como es la escolar. Sabemos que “todas las funciones psicológicas se originan como relaciones entre seres humanos” (Vygotsky, 1988; citado en Baquero, 1996: 42) pero, como ya se ha dicho en este trabajo, el encuentro con lo otrose vuelve fundamental en el desarrollo de la subjetividad individual.
Cuando en la adolescencia, por otro lado, el interior del ámbito familiar deja de ser el lugar más factible donde encontrar aspectos donde reconocerse, donde coincidir, donde no confrontar, el joven huye simbólicamente a reconocerse en sus pares. Es decir que tampoco se confronta con ese nuevo-otro-familiar desde la aceptación y convivencia, por lo que sigue huérfano de práctica democrática igualitaria.
En una encuesta de elaboración
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